En el verano de 1931 el viajero irlandes Walter Starkie, uno de los mayores admiradores y estudiosos del mundo gitano, narra en su libro “Aventuras de un irlandés en España” sus andanzas por nuestro país, haciéndose pasar por uno de ellos y tocando su violín para ganarse la vida.
Llega a San Sebastian, y un tal Lucas, de quien se ha hecho amigo, le advierte:
<<-Tengo grandes noticias para ti. Agustina Escudero ha llegado a San Sebastian.
-¿Quien es Agustina?
-¡Cómo! ¿No conoces a Agustina, la reina de los gitanos de España? Pues es tan famosa que muchos pintores van a Madrid sólo para pintarla, y dicen que su cara les vale a ellos muchos miles de pesetas. Anda, vamos a verla.>>
Agustina tenía un piso en la Plaza de la Constitución, al que accedieron subiendo por una intrincada escalera de caracol. Les abre la puerta su criada, y mientras la esperan en el salón, Starkie admira un fotografía de una joven muy bella.
Su acompañante, le explica:
"-Es la hija de Agustina, María del Albaicín, famosa bailarina."
Agustina ya no posee la radiante juventud que mostraba en los retratos que le pintó Manuel Benedito, como el representado en esta postal de mi colección personal, datado en 1910.
Han pasado más de veinte años desde entonces, y Walter Starkie nos describe a la mujer madura en que se ha convertido:
<<Viendo a Agustina, me expliqué porque la llamaban reina de los gitanos. No tenía necesidad de palacio ni de corte para mostrar su noble distinción; estoy seguro que aunque la hubiera visto vestida con harapos en las cuevas del Sacromonte de Granada, habría gritado: “¡Salve Agustina, Reina de los Gitanos!”>>
El escritor la recordaba de un retrato pintado por Ignacio Zuloaga, y le dice a Agustina: “pero, ningún cuadro, señora, puede parecérsele a usted”.
"No era alta, pero cuando echaba hacia atrás la cabeza, con un gesto de soberbia muy suyo, parecía una amazona. Su cuerpo era delgado y muy bien formado, y al andar se balanceaba con una gracia tan delicada, que no era dificil descubrir su profesión de bailarina (…) Y respecto a sus ojos, casi no me atrevo a hablar, pues había en ellos, además de su gitanesca belleza, una siniestra luz inolvidable.”
El historiador del arte Lafuente Ferrari, en su exhaustivo tratado titulado "El arte y la vida de Ignacio Zuloaga" habla de la amistad que el pintor tenía con toda la familia de Agustina. Especialmente admiró mucho al menor de sus hijos, el torero Rafael Albaicín, que era su ahijado. Lafuente Ferrari escribe: “pude comprobar que Zuloaga había atesorado, sin querer venderlos bastantes cuadros que pueden figurar entre sus obras mejores. Para aumentar este número, destinaba él el retrato de Albaicín, su ahijado, el hijo de Agustina, el torero gitano que podía sentarse al piano e interpretar a Chopin. Alguien le había dicho al pintor que aquel cuadro debía ir al Museo, y entonces, con ese brusco salto que Zuloaga era capaz de dar, sin transición desde la modestia hasta la fanfarronada, afirmaba sin inmutarse: “No hay dinero en España para comprarlo”.>>
Agustina siguió siendo modelo de Zuloaga, y se la ve envejecer con el paso del tiempo en los retratos y apuntes que va tomando de ella.
La Reina de los Gitanos debió de ser una mujer arrolladora, de las que no podía pasar por la vida oculta bajo el manto de la indiferencia. Agustina desató pasiones, fue un ser libre, valiente, amante de su familia y de una vivaz inteligencia. Fue analfabeta y sin embargo, sus dos hijos menores recibieron una esmerada educación que conprendía el dominio del inglés y el francés, así como avanzados estudios musicales.
Ella tuvo tres hijos y todos fueron grandes artistas: María Imperio (1898-1931) -quien debutó como bailarina en el estreno del Amor Brujo, y a la que Diaghilev le puso el nombre de María Dalbaicín, llevándosela con él a París-; el segundo, fue el gran bailaor Miguel Albaicín (1913-1999), quien debutó con la Argentinita y Pilar López; y el pequeño Rafael del Albaicín (1919-1981), el músico torero que derramaba arte en cada gesto.
En la visita que Walter Starkie hace a Agustina, ella le invita a que, si pasase por Madrid fuera a verla a su casa, en la calle Lombía número 5, -en pleno Barrio de Salamanca-. Y ofreciendo una muestra de la libertad de su caracter, advierte al irlandés: “que a lo mejor cuando usted vaya me habré marchado ya y nadie en todo el barrio podrá decirle donde vive Agustina Escudero. La vida para nosotros es una contínua aventura; por ello no acertamos a comprender a aquellos que siempre viven y mueren en sus casas. Yendo de aquí para allá vemos muchas cosas hermosas y sabemos dialogar con la naturaleza; el trabajo que Dios nos impuso es el ir errantes hasta la muerte (…)”
Starkie le pregunta por su hija María:
"-Pero también, entonces, su hija María del Albaicín, está conforme de ser siempre una gitana y seguir errante por la vida?"
El relato sobre el triste destino de María contado por su madre merece ser reproducido en su integridad:
<<El día de su boda fue un día negro para todos los zicalís del Barrio de Tetuán de las Victorias. La maldijeron todos los gitanos de Madrid por casarse con un hombre blanco; pero a ella no le importó. Además vino al mundo con unas grandes facultades de bailarina. Antes de saber andar, ya bailaba, y cuando se hizo mayorcita no pensaba más que en viajar para lograr con sus bailes mucha fama. ¡Pobre muchacha! La maldición que la echaron hizo su efecto demasiado pronto, pues ahí la tiene usted a la pobre tosiendo todo el día y con sus pulmones desechos. Ahora está en Suiza, donde ha ido a curarse. Pero yo temo, porque creo en la maldición que le echaron el día de cuando avandonó la casa de sus padres.”
Los temores de Agustina se convierten en una cruel realidad a los pocos días de la visita de Starkie, pues aquel mismo verano el diario La Voz del 14 de agosto de 1931, publica la necrológica de María del Albaicín, fallecida por tuberculosis a los 33 años.
Una pena profunda quedaría grabada para siempre en el corazón de La Reina Agustina.
MERCEDES ALBI