Nos dirigimos a un encuentro muy especial, vamos a la Escuela de Carmina Ocaña y Pablo Savoye para conocer a Noah Gelber, quien ha sido, entre otras muchas cosas, el bailarín que ha trabajado durante treinta años para William Forsythe, siendo uno de los mayores conocedores de su estilo, que se caracteriza por la rapidez de movimientos y su precisión.
Noah, que es amigo de Pablo Savoye, ha venido a impartir a los alumnos un curso intensivo y ha asumido el reto de montar a los estudiantes "The Vertiginous Thrill of Exactitude" una obra de William Forsythe que marcó un momento muy especial en su trayectoria de bailarín, pues tuvo un papel estelar en su estreno.
Es mediodía. Da lo mismo que el reloj haya marcado la hora de terminar: la clase continúa. No es el tiempo lo que importa, lo que mueve tanto a Noah como a los chicos es un anhelo de lograr un más allá. Ello se configura a base de repetir una y otra vez la misma música, corrigiendo cualquier pequeño detalle, buscando ese ideal de perfección absoluta que domina al artista.
Noah es como el viento, abarca mucho, pero sin desbocarse a la manera de un huracán. Es muy adaptable. Sus modales son armoniosos, su trato, enormemente sencillo. Habla sin esfuerzo en todos los idiomas, en seguida aprecio que me encuentro ante una persona sensible e inteligente. Por eso no va de nada, no le hace falta. Son casi las 4 de la tarde y se le pasó la hora de la comida. Vamos a tomar algo a una cafetería cercana.
-¿Vienes mucho por España?
-Aprovecho siempre que puedo la oportunidad de venir. Esta es la tercera vez que imparto un curso en la Escuela de Carmina y Pablo, pero he colaborado en numerosas ocasiones con la Compañía Nacional de Danza, cuando estaba bajo dirección de Nacho Duato, y varias veces cuando estaba José Carlos Martínez.
-¿Cuándo fue la primera vez que estuviste en Madrid?
-Hace muchos años. Me atrajo esta ciudad desde el primer momento en que la conocí. Recuerdo que debía tener unos 18 ó 19 años y, como vivía en Amberes, a la menor ocasión cogía un tren nocturno; al despertarte por la mañana te encontrabas en la Estación de Chamartín. Eran otros tiempos.
-Proust decía "desde que existen los trenes, la necesidad de no perder el tren nos ha enseñado a tener en cuenta los minutos", pero esa fase ya está superada.
-Es una pena que actualmente ya no se viaje así. La vida se ha acelerado mucho.
-Justamente acabo de verte montando "Vertiginous", ¿Por qué has escogido una pieza que exige un nivel tan elevado para los alumnos?
-Vengo de montarla en Budapest y me animé a asumir un nuevo reto porque es la primera vez que lo monto para estudiantes. Se trata de una obra difícil porque es muy densa, les exige gran intensidad.
-¿Has notado mucho contraste al pasar de montarla para una compañía profesional a un grupo de alumnos?
-No, pues nunca hay que comparar, siempre hay tantas excepciones... Cada vez que me enfrento a un nuevo trabajo lo hago como si fuera una página en blanco, me olvido de lo anterior y solo veo lo que tengo allí.
-Naciste en Nueva York, sin embargo, decidiste desarrollar tu carrera profesional en Europa. Es raro porque suele ser al revés, aquí, desde el viejo continente los artistas miran hacia el nuevo.
-Las personas siempre deseamos lo que no tenemos ¿No te parece? Yo soy muy europeo y lo soy de corazón. Desde niño sentí una irresistible atracción por el viejo mundo.
-¿De dónde proviene ese deseo?
-Tal vez me lo inculcó mi padre. Él es pintor y profesor de Historia del Arte. Por eso, tal vez involuntariamente, despertó en mí un anhelo estético hacia el arte europeo que me motivó para venirme aquí a la primera oportunidad.
-¿Y cuándo surge esa primera oportunidad?
-Vino el Ballet de Amberes a actuar en NY, me presenté al director. Ten en cuenta que en esa época no existía internet, tenías que moverte por ti mismo un poco a ciegas. Y justo entonces, un bailarín acababa de romperse el pie, por lo que tenía un puesto para mi ¿Sabes quien era el bailarín accidentado? Era Pablo Savoye, ¡Así conocí a Pablo!
-Y de repente, ya no piensas más y dejas la que, en teoría, se supone que es la capital cultural del mundo.
-Fue todo muy rápido, me incorporé al Ballet de Amberes de forma casi inmediata. Pero yo tenía un sueño.
-¿Cuál?
-Quería conocer a Bèjart.
-¿Le conociste?
-No, (ríe) y eso que incluso fui al festival de Lausanne, donde su compañía tenía la sede, solo para poder verle, pero precisamente ese año estaba fuera.
-Lo que me parece es que tu trayectoria vital está marcada por tus deseos.
-Puede que sí. Siempre supe de una forma demasiado temprana lo que quería. Mi madre y yo hemos hecho memoria muchas veces de cuál podía ser la razón por la que, con solo cinco años de edad, le expresé claramente la firme voluntad de convertirme en bailarín. Tal vez porque viera las clases de ballet de mi hermana... Lo tuve todo extrañamente claro.
-¿Esa forma de seguir tus deseos es la que te ha guiado en tu trayectoria?
-Los deseos unas veces se cumplen y otras no, pero si se quiere una cosa, la vida a veces te ofrece la oportunidad de encontrar tu camino, por eso siempre hay que intentarlo.
-Y a Forsythe, ¿También lo querías conocer? Esta vez sí lo lograste.
-Sí, claro, soñaba con ello. Yo siempre buscaba una especie de guías, quería aprender de los creadores que me han interesado, e intenté encontrar la manera de llegar a él.
-¿Cómo lo hiciste?
-En un viaje a París, donde iba a visitar a mi hermano, nada más apearme del tren en la Gare du Nord, veo un cartel anunciando al Ballet de Frankfurt en el Teatro Chatelet. Entonces, di media vuelta y regresé a Amberes: ¡No me había traído mi ropa de baile! Volví a por ella y me presenté en el teatro.
-¿Fue fácil acceder a Forsyte?
-Sí, me pareció una persona muy amable, de carácter abierto y simpático. Lo malo es que no me vio bailar. Pude incorporarme a las clases de la compañía pero Forsyte no pudo presenciarlas. Sin embargo, el último día cuando nos despedimos me comentó que le habían dicho que yo bailaba muy bien.
-¿Te contrató?
-Todavía no. Fue poco después. Yo estaba en Nueva York y de repente Forsyte acudió a montar una coreografía para el New York City Ballet. Para mi sorpresa, me telefoneó y me dijo: "tengo un descanso de una hora, quedamos, si te parece, en la cafetería del Lincoln Center". Y allí acudí lleno de ilusión, aunque luego casi consigue desesperarme.
-¿Por qué?
-Él solo tenía una hora y hablaba y me preguntaba sobre arte, curiosidades sobre mis puntos de vista, etc... Y yo veía que el tiempo se acababa y que no me había hecho la prueba de danza. Yo seguía siendo amable y disimulando mi "desesperación" interior, se esfumaba mi gran oportunidad.
Entonces, cuando pensé que ya era demasiado tarde, me preguntó "¿Quieres que te enseñe algo?", y me mostró mi contrato para que lo firmara.
-¿Sin saber cómo bailabas?
-Lo hizo porque confiaba en el criterio de los maestros de su compañía que así le habían aconsejado.
-Una bonita historia, ¿Cuánto tiempo has estado bailando para Forsythe?
-Treinta años.
-¿Cuál es el ballet de Forsythe que te trae más recuerdos?
-Quizás "Vertiginous". Lo estrenamos en el 96. Además, cuando el San Francisco Ballet quiso estrenarlo, William me envió a mí para montarlo.
-Y ahora, ¿Dónde vas a irte?
-Me marcho a Berlín unos días de vacaciones y luego regreso a NY, que es donde vivo actualmente.
-¿Eres freelance?
-Sí, aunque a veces sí recibo encargos del mismo Forsythe para montar sus obras, soy independiente. He montado unos 12 ballets suyos para diferentes compañías.
-Para terminar, ¿Qué consejo darías a los jóvenes bailarines que aspiran a desarrollar una carrera?
-Les aconsejaría que hay que ser muy apasionado con lo que se quiere, y también que no se lo tomasen todo personalmente, es decir, que si acuden a una audición y no les seleccionan, que no se desmoralicen y piensen que es porque ellos no valen. Ahora que estoy en el lado de los que escogemos, me doy cuenta de que en muchas ocasiones buscamos un perfil concreto con una determinadas características físicas para un papel determinado, por lo que tienen que tratar de no decepcionarse y seguir.
MERCEDES ALBI
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