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Antonio Ruiz Soler renace en el Teatro Real


El “Homenaje a Antonio Ruiz Soler” del Ballet Nacional de España en el Teatro Real de Madrid, ha brindado al espectador un verdadero viaje en el tiempo por el creativo mundo antoniano. Su fidelidad queda patente al recuperar íntegros los dos ballets fundamentales de su repertorio grupal, que abren y cierran respectivamente el espectáculo: el ballet “Sonatas” y “Fantasía Galaica”.


Afortunadamente, en los últimos años se está revindicando la figura del gran Antonio Ruiz Soler para tratar de situarlo sobre el altísimo pedestal que le corresponde, y este es el segundo programa de homenaje que le ha dedicado nuestro Ballet Nacional.


El tiempo pasa para todos con un vértigo que deja obsolescentes los modos “antiguos” a gran velocidad. Pero en este caso, rescatar significó renacer. Y nosotros, espectadores del segundo milenio, cuando nos separan más de cincuenta años del estreno de las obras, hemos comprobado ese milagro de eternidad que solo poseen los clásicos: nunca envejecen.


Se percibe que Rubén Olmo, director artístico de la compañía, tenía hondamente meditado el homenaje. La coherencia y la sutileza en las transiciones de una pieza a otra -incluso en los tiempos en que los bailarines se reunían para recibir la ovación del público- contribuían a ofrecer una visión de conjunto en la que, a pesar de que todo estaba medido, no hubo menoscabo alguno en el brillo particular de cada artista, algo que caracteriza su forma de dirigir, su innata generosidad.


La entrega de los bailarines fue absoluta, uno a uno fueron dando lo mejor de sí. Y no hay mejor homenaje que esa entrega que tanto caracterizaba a Antonio, quien se deshacía en cada baile dándose por entero. Carmen Rojas, que fue su gran partenaire flamenco, y que presenció emocionada el espectáculo desde primera fila, recordaba como en el Zorongo, Antonio se ponía de rodillas y era capaz de cruzar así el escenario.


Las Sonatas del Padre Soler son exquisitas, realizadas con refinamiento y maestría, y apoyándose en unos solistas de buen nivel.


En el Vito de Gracia, bailar los pasos que en el cine grabó con Rosario era muy arriesgado; sin embargo, Miriam Mendoza y José Manuel Benítez lo afrontaron con sobresaliente. Miriam, a la que la acabábamos de ver en Sonatas con un registro totalmente diferente, dio una muestra reveladora de su gran versatilidad.


El pasado se proyecta en el futuro, los nuevos artistas heredan esa inspiración que el exquisito programa ha incorporado con piezas de nueva creación. Así cerró la primera parte “Estampas Flamencas”, ballet coreografiado por Miguel Ángel Corbacho y Rubén Olmo que recorre los palos flamencos característicos de los trabajos de Antonio: el martinete -con un Fran Velasco sobrio y preciso-, el zorongo – bailado con gracia por Ana Agraz y Antonio Correderas-, el taranto –donde Rubén Olmo emocionó hasta el tuétano con un modo de bailar que le sale de dentro- y los caracoles, muy bien danzados por Noelia Ruiz, terminando con unas sevillanas con mantón.


Otro trabajo de nuevo cuño nos esperaba en la segunda parte: “Leyenda”, una impresionante pieza que Carlos Vilán tejió para la primera bailarina, Esther Jurado, que ha llevado esta música de la Asturias de Albéniz triunfando con ella por diversas galas internacionales. Sara Arévalo la bailó con solvencia en el segundo reparto, aunque me quedaron las ganas de ver a la intérprete original.


Y es difícil de describir a Fran Velasco en el Zapateado de Sarasate, porque las palabras dejan chicos los sentimientos que genera al entablar con sus mágicos pies su musical diálogo con el violín, y luego con el silencio. Tal es la atmósfera que Fran provoca, que el director de la orquesta se puso a aplaudirle desde el foso. Y es que Manuel Coves logró con su batuta superar brillantemente esa prueba de fuego que significa coordinar el foso con la escena, pues hay músicos arriba (pies, palillos, conchas…) y abajo, con la Orquesta Sinfónica de de Madrid.


Un no va más que fue in crescendo hasta llegar a la Fantasía Galaica, donde Eduardo Martínez e Irene Tena hicieron el paso a dos de las conchas del “Presagio” con gran lirismo, desembocando la obra en una “Alborada final” donde se estableció una corriente de energía con el público, que comenzó a acompañarles con sus palmas hasta un estallido final en el que el teatro entero fuimos uno solo.


Noche inolvidable. Gracias, Ballet Nacional de España.


MERCEDES ALBI

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