Una de las fuentes más importantes de la historia habita en la memoria de quienes la han vivido.
Hace unos días fui invitada a un concierto que conmemoraba el Día Nacional de Rumanía en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, y asistí acompañada de Alberto Portillo.
El programa era excelente, a cargo del Cuarteto Arte Clásico y organizado por el Instituto Cultural Rumano, que dirige María Pop, y fue presentado por el musicólogo José Luis García del Busto.
Los músicos -Marian y Lavinia Moraru, junto con Sergio Sáez y Javier Albarés- alternaron, con sus cuerdas magistrales, composiciones de música rumana y española como "La oración del torero" de Joaquín Turina, y "Danza ritual del fuego" de Manuel de Falla.
Cuando comenzaron a sonar los acordes de la Danza de Fuego, cual magdalena de Proust, ese fenómeno humano-memorístico por el que a través de una percepción sensorial aflora un recuerdo, sentí que una vibración especial poseía a mi acompañante. Durante los aplausos, Alberto me dijo con voz emocionada: "Yo bailé ésto en el Liceo con Rosario..."
Y prosiguió contándome, "pero para mí, la que mejor bailaba la Danza de Fuego era Rosita Segovia, con la compañía Antonio el Bailarín".
¡Quién tuviera una máquina del tiempo para poder viajar por tantos momentos memorables! Estar con alguien que los ha vivido es un gran regalo. Y Alberto Portillo, con sus 92 espléndidos años recién cumplidos, atesora tantas joyas en su memoria...
Pocos conocen que es el hombre que le dijo "no" al gran director de cine Ingmar Bergman. Porque Alberto Portillo, en su exitosa vida de bailarín y coreógrafo, ha conocido a todo el mundo. La primera vez que actuó en Estocolmo fue como invitado de la compañía de Karen Taft; y al año siguiente se le encomendaron las coreografías y danzas de la famosa opereta "La viuda alegre", con tan gran éxito que estuvo durante nueve meses en cartel en el Teatro Oscars de Estocolmo. Allí compartió escenario con celebridades internacionales como Carmen Miranda y Josefine Baker.
Y sigue recordando:
-Eran los años 50. Se cumplía el 700 aniversario de la fundación de Estocolmo y con tal motivo, la recién creada televisión sueca comenzaba a emitir. Yo había coreografiado las danzas de "La viuda alegre"... Aquel vals con música maravillosa que danzábamos con el elenco de bailarines de la compañía del teatro, el más importante de Suecia... E incluí un paso a dos de danza española que bailaba con Elena Flores. El éxito de la pieza fue tal, que nos invitaron a participar en la gala de inauguración de la televisión. Nos vio todo el mundo, incluído el director de cine Ingmar Bergman.
-El famoso director sueco estaba rodando en sus estudios de cine "Noche de circo", cuando pidió a la productora del teatro unas fotografías mías. Al poco tiempo quiso conocerme en persona y me llevaron al rodaje. Recuerdo que corriendo por el plató había un grupo de enanitos. Hablamos, fue muy amable y quedamos en que bailaría la danza española en aquella filmación....
Pero el asunto no termino como se esperaba.
-Todo marchaba sobre ruedas hasta que la productora me informó de la cantidad que iban a pagarme... Era tan mísera que me ofendí y dije que no. Dije que no a Ingmar Bergman.
Le pregunto si lo lamenta y responde:
-Ahora sí, me arrepiento de no haber querido salir en la película. Reconozco que me equivoqué. Es la única vez que creo que me he equivocado en mi vida, porque poder vivir de lo que te gusta como yo he hecho, es maravilloso.
MERCEDES ALBI
POST SCRIPTUM
Una de las más gratas sorpresas que recibí a raíz de este artículo fue un mensaje que nos remitieron al e-mail de la web, en fecha de 8 de febrero de 2022, firmado por Emilio Quintana Pareja.
Emilio, granadino residente en Estocolmo, había encontrado en un mercadillo de la capital escandinava, el programa de la "Viuda alegre" en el Teatro Oscars.
-Compro todo lo que se refiere a España- me dijo.
Fue una gratísima noticia, que alguien desde un lugar tan distante compartiera su hallazgo con nosotros, y tuviera la amabilidad de enviarnos una copia del programa cuya portada reproducimos, algo que a Alberto Potillo, a sus 93 años, le hizo tan feliz que quiso telefonearle personalmente para darle las gracias.
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